Antiinflamatorios y analgésicos, su uso enmascara el dolor

La medicación con efecto analgésico o antiinflamatorio se publicita de manera muy frecuente en los medios de comunicación como una solución mágica a todos los dolores y malestares.  En muchas situaciones, recurrimos a su uso sin la aprobación de un especialista de la salud. Por ejemplo, los usamos frente a molestos dolores de cabeza, espasmos musculares, torceduras de tobillo y otras inflamaciones similares.

Generalmente logramos un alivio más o menos duradero de los síntomas. Sin embargo, se ha demostrado que el abuso de esta práctica de forma prolongada en el tiempo puede generar diversas complicaciones. Dichas dolencias pueden afectar a nuestros sistemas digestivos, cardiovasculares, renales, hepáticos…

Al mismo tiempo la toma de estos fármacos no producen la cura del daño sino más bien lo enmascaran de forma pasajera. Podemos así determinar que su uso como único tratamiento no es la mejor opción.

 

El mecanismo de la inflamación:

La inflamación es un mecanismo de defensa que tiene el cuerpo como respuesta a las agresiones del medio. A través de ella, conseguimos combatir al agente dañino y reparar el tejido dañado o lesionado. Una de las reacciones que provoca la inflamación es la aparición de dolor. Éste aparece debido a la liberación de sustancias que provocan la activación de los nociceptores, fibras nerviosas encargadas de transmitir el dolor. El dolor por su parte, simplemente es una opinión del cerebro que utiliza para proteger una zona concreta.

 

¿Cómo actúan los antiinflamatorios?

Los antiinflamatorios inhiben la enzima responsable de la síntesis de prostaglandinas. Dichas sustancias se encuentran presentes de forma natural en casi todos los tejidos y que median en la producción de la inflamación. Además de bloquear la inflamación también disminuyen el flujo renal, produciendo así retención de sodio, agua y potasio con efectos adversos sobre la función renal. Dado que las prostaglandinas también tienen un papel protector de la mucosa gástrica, su inhibición debilita la barrera gástrica, es decir, destruyen la mucosa del aparato digestivo y dañan la pared del estómago.

Por lo tanto, cuando utilizamos un antiinflamatorio ante un daño o lesión, es probable que consigamos una disminución del dolor. Sin embargo, también lo que estamos haciendo es reducir la capacidad del cuerpo para curarse por sí mismo. Además, su ingesta sin pauta médica puede enmascarar alguna enfermedad grave o puede producir una lesión mayor.

En general, dichos medicamentos deben utilizarse en ciclos cortos y con la dosis más baja posible. Así como vigilar las complicaciones que puedan generar en el resto de los sistemas. Como medicación de primer auxilio, pueden formar parte de nuestro botiquín para ser usados en caso de dolores agudos. Sin embargo, nunca deben tomarse por cuenta propia más de cinco días seguidos. Lo ideal es consultar al médico especialista para saber cuál es la medicación antiinflamatoria o analgésica más adecuada para nuestro caso.

 

 

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